La pobreza energética se refiere a las dificultades de los hogares para mantener la vivienda a temperatura adecuada y agradable, tanto en situaciones de frío como de calor excesivo.
Se trata de un problema social que, aunque empieza a formar parte de las agendas públicas, está lejos todavía de entenderse en su complejidad y, por tanto, de acertar con las necesarias políticas para afrontarlo.
Un buen diagnóstico científico es una de las premisas para la elaboración e implementación de medidas de lucha contra la pobreza energética, para conseguir que este asunto deje de ser invisible como problema social. Nos referimos con ello a que las consecuencias de la pobreza energética se manifiestan de manera más intensa y directa en el día a día de los hogares socialmente más vulnerables.
Por ejemplo, afecta al presupuesto del hogar (al tener que reducir otras necesidades básicas como puede ser la alimentación, la ropa, incluso la higiene en un momento dado).
También puede incidir en la salud tanto física como mental de las personas que componen el hogar, en especial, en los menores de edad, los ancianos y ancianas, y las personas con patologías crónicas.
Las relaciones socio-familiares pueden también verse afectadas por la pobreza energética (por ejemplo, conflictos y tensiones en el hogar ante decisiones complejas para hacer frente al problema).
Los hábitos y estilos de vida pueden verse también seriamente condicionados en cuanto al uso del espacio de la vivienda y la organización del tiempo de las personas (por ejemplo, pasar más o menos tiempo en algunas zonas de la vivienda por razón de las temperaturas no adecuadas o no confortables; meterse antes en la cama al haber temperaturas demasiado frías en el hogar o el uso de los aparatos tanto para enfriar como para calentar la vivienda).
Por último, la invisibilidad de la pobreza energética también se plasma en las dificultades con las que se encuentran estos hogares para negociar con las instituciones públicas y las empresas proveedoras de energía las mejoras en sus condiciones de vida.
Se puede afirmar que la pobreza energética es una problemática que, como proceso social, se encuentra en continuo estado de cambio. Es un problema estructural estrechamente relacionado con las condiciones socioeconómicas y laborales precarias, o el cambio climático con efectos ya severos.
A lo anterior se suman las coyunturas que se presentan como las crisis económicas o situaciones como la pandemia Covid-19, entre otros.
Otros aspectos trasversales son los siguientes. Por una parte, la antigüedad del parque de viviendas en España, lo que incide de manera determinante en la baja eficiencia energética de los edificios, y que afecta, especialmente, a las clases económicamente más desfavorecidas; o el precio de la vivienda, que dificulta la adquisición o alquiler de inmuebles más modernos.
El alto coste del gas y de la electricidad es clave por las dificultades para mantener la vivienda a temperatura adecuada, con máximos históricos alcanzados durante estos meses. A ello se añade la dificultad de los hogares para controlar su consumo de energía, más si cabe dada la complejidad de la información expuesta en las facturas de gas y electricidad.
Los hábitos, estilos de vida, o el ‘saber hacer’ en cuanto al ahorro energético, la conciencia y conocimiento sobre pautas de ahorro energético en la vivienda, juegan también un papel relevante a la hora de ahorrar energía en los hogares.
En resumen, lo que todo esto pone de relieve es la complejidad de la pobreza energética como fenómeno social y, a su vez, la necesidad de hacerlo socialmente visible y de desarrollar políticas, ante todo, para los grupos sociales más vulnerables.
Autor: Iván López, profesor de Sociología de la Universidad de Zaragoza (Unizar) y miembro del equipo del proyecto EPIU Getafe, a través de la Universidad Carlos III de Madrid (UC3M).