Este verano ha sido excepcional tanto por el uso de la mascarilla como por las altas temperaturas registradas. Si bien al inicio de este año no podíamos imaginar que la mascarilla nos acompañaría a todas partes, pocas personas se hubiesen sorprendido entonces de que las temperaturas fuesen a superar los umbrales medios de las últimas décadas.

Que hayamos normalizado que las temperaturas vayan a ser extremadamente altas durante los meses de verano no significa que el problema desaparezca. Aunque nos estemos acostumbrando al calor (en parte como respuesta fisiológica, en parte por la existencia de planes de prevención y por el mayor acceso a equipos de aire acondicionado), este incremento sostenido de las temperaturas sigue siendo una grave amenaza para nuestra salud.
Como es bien sabido, el riesgo frente a las altas temperaturas es más elevado entre los colectivos más vulnerables, como las personas con enfermedades crónicas, los mayores, o los niños. Pero el riesgo también es mayor entre aquellas personas que se encuentran más expuestas. Existen miles de hogares que no pueden mantener unas condiciones interiores de temperatura adecuadas, lo que apunta hacia otro colectivo en riesgo: las personas en situación de pobreza energética.
La pobreza energética, también durante los meses de verano
Aunque tradicionalmente se ha asociado la pobreza energética a los meses fríos, en los últimos años se han realizado esfuerzos por ampliar su alcance a los meses de verano. Se trata de un enfoque muy necesario en aquellas zonas más cálidas, pero también en zonas templadas donde el cambio climático está incrementando la frecuencia e intensidad de las olas de calor.

Tanto en invierno como en verano, la manera más efectiva de combatir la pobreza energética pasa por actuar sobre el parque edificado. Las estrategias concretas son, sin embargo, distintas. Frente a la estanqueidad y el aislamiento que se promueve en invierno, en verano debe primar la protección de la radiación solar y la ventilación. Esta última es especialmente efectiva durante la noche, cuando las temperaturas exteriores son más bajas.
En este sentido, debe destacarse la importancia de la intervención en el espacio público, sobre todo en las ciudades. En ellas, el efecto de la isla de calor puede elevar la temperatura nocturna en varios grados, lo que disminuye la efectividad de la ventilación natural. Reducir la intensidad de la isla de calor, por ejemplo, aumentando la presencia de vegetación, contribuiría a que las viviendas tuviesen unas condiciones interiores más adecuadas.
¿Y el aire acondicionado?
Es cierto que estas medidas pueden no ser suficientes en determinadas circunstancias, especialmente durante los episodios de olas de calor. En estos casos, los equipos de aire acondicionado podrían ser un elemento de protección añadido para los hogares. Un ejemplo de ello son los cooling centers, lugares climatizados que han comenzado a habilitarse en diversas ciudades para ofrecer refugio durante las olas de calor.
Sin embargo, debe tenerse en cuenta que su utilización generalizada puede ser un arma de doble filo. Por un lado, los equipos de aire acondicionado trasladan el calor al ambiente exterior, lo que contribuye a la formación de la isla de calor. Por otro lado, tanto por su consumo energético como los refrigerantes que habitualmente utilizan, el aire acondicionado podría impactar de forma sustancial en el calentamiento global.
El enfoque en el proyecto EPIU
En el proyecto EPIU se busca reducir la exposición a las altas temperaturas de Getafe desde la perspectiva de la intervención sobre el entorno edificado. Se plantea actuar en tres escalas: la vivienda, el edificio y el espacio público. Diversas campañas de monitorización antes y después de las intervenciones servirán para evaluar las mejoras introducidas. Y todo ello combinado con nuevas herramientas predictivas, lo que también permitirá mejorar la capacidad de detección y prevención.
Autor: Miguel Núñez, investigador de la Universidad Politécnica de Madrid.