La pobreza energética en los hogares causa estragos en la salud de quienes la padecen. A nivel físico, los altos índices de humedad y las bajas temperaturas durante el invierno provocan un mayor riesgo de padecer enfermedades coronarias y respiratorias. En consecuencia, repercute directamente en la salud mental de quienes sufren esta desigualdad, reflejándose en cuadros de ansiedad y depresión.
Un estrago silencioso
Un informe publicado por Gaceta Sanitaria afirma que las personas que tienen dificultades para acceder a la energía tienen entre 3 y 5 veces más riesgo de sufrir trastornos mentales, siendo la ansiedad y la depresión los más frecuentes.
Las conclusiones de este estudio revelaron que la mala salud física y mental:
- Es mayor en las mujeres que en los hombres.
- Es más severa en las personas que sufren pobreza energética.
Además, la pobreza energética está más presente en los hogares del sur y este de Europa. A pesar de ser de los países más cálidos del continente, España muestra un aumento de la tasa de mortalidad en los meses fríos, en comparación al resto del año, según el informe elaborado por la Asociación de Ciencias Ambientales sobre la pobreza energética en España (2018).
El contexto actual: un círculo vicioso
Los investigadores del estudio «Getting warmer: Fuel poverty, objective and subjective health and well-being» concluyeron que no poder mantener una temperatura confortable en el hogar (alrededor de los 18-20ºC en invierno) y estar expuesto/a continuamente a bajas temperaturas, se asocia a un aumento de la presión arterial e inflamación y, por tanto, aumenta los riesgos de sufrir enfermedades cardiovasculares, asma, artritis o reumatismo, entre otras.
Nuestro organismo responde al frío y nuestra mente, al día a día.
Nos parece interesante resaltar otra conclusión del estudio: la escasa investigación de los efectos de la pobreza energética. El colectivo científico afirma que , hasta ahora, esta investigación es limitada porque no se profundiza en el impacto que la pobreza energética tiene realmente en la salud física y mental de quienes la viven. Lo mismo sucede con la falta del enfoque de género, ya que las más afectadas para acceder al suministro eléctrico son mujeres.
Teniendo en cuenta el contexto exterior (subidas desenfrenadas de los precios de la energía y combustibles sin perspectiva de bajar, la pésima eficiencia energética de los edificios en España, la inacabable pandemia y, ahora, el estallido de una posible guerra mundial), no es una sorpresa que la salud mental de la ciudadanía esté empeorando.
Ahora, imagínate que, en esta situación de incertidumbre, no puedas mantener una temperatura agradable en casa o pagar las facturas de la luz. Es todo un caldo de cultivo para sufrir ansiedad o depresión.
Tal y como contamos en el artículo «Cómo ha sido la evolución de la pobreza energética en España tras la COVID-19», este problema es una realidad acentuada en los hogares más vulnerables, ya que los valores más altos de los indicadores de pobreza energética se sitúan en personas desempleadas, rentas del primer quintil, pisos con alquiler de renta antigua y hogares sin calefacción. En resumen, hay más hogares que se retrasan en el pago de sus facturas, dejan de poner la calefacción porque no la pueden pagar, o el gasto en energía representa un alto porcentaje de sus ingresos mensuales.
En los próximos años necesitaremos convertir las viviendas en hogares saludables con una eficiencia energética que permita reducir el consumo y las emisiones de carbono. También, debemos identificar con más detalle las causas de la pobreza energética con el fin de evitar futuros casos –como lo que hacemos en el proyecto EPIU Getafe Hogares Saludables– y crear políticas que permitan una transición ecológica y justa sin dejar a nadie atrás.